martes, octubre 02, 2007

Emoción – Miedo

Pánico al salir a la calle, a la muchedumbre popular de la gente, a los rostros nuevos, rostros sin recuerdos previos en mí subconsciente, tal vez miedo al cambio.

Apatía, soledad y una dosis de mi egoísmo era mi automedicamento, en un mundo cúbico llamado triste cuarto oscuro.

Tiempo atrás cuándo el infante crece y se sitúa en una edad posterior al nacimiento, esa donde la conciencia perdida que el adulto esconde, evita y olvida en el hemisferio izquierdo, ahí puede ser donde se aloja mi miedo.

Es donde una cara de rasgos infantiles observa tras la ventana y observa como si de un programa televisivo se tratase; deportes y fútbol podrían ser el tema.
Si amigos, es aquí donde nuestro personaje se encuentra mirando, observando, escudriñando y asechando meticulosamente con las pupilas fijas en la acción.

Esmeraldas de dos glóbulos oculares brillan en la densa atmósfera oscura, ojos negros que ven la vida en una danza de diferentes figuras; unas veces en forma de balón otras evanescentes como la alegría y tan distante como sea posible, ahí tras los muros del castillo que retendrá en sitio a su habitante, protegiéndole y apartándole del enemigo, del mundo.

-¿Porque te haces esto mi triste y solitario niño?- suena una vaga voz y continua – se que temes salir a experimentar la alegría, o tal vez crees ser tan único que si te perdieras de tu esencia, en un cambio, todos llorarían porque volvieras a tu particular forma? Lo se y es que tu no me contestas por una simple razón, porque yo no existo y tu eres yo.

-Si- Un seco sonido aparece como escapando de lo oculto, claro y distante se hace escuchar por toda mi cabeza diciendo – Tu que eres yo y sin embargo no existes, tienes razón- La voz del niño habla y continua sin grandes pausas – Temo y mucho, pues soy un enfermo, no tolero la Tierra por eso no vivo en ella, me produce alergia e irritación. Pero no es lo único, también tengo miedo del ser humano y su pensamiento, de su lengua lastimosa que se mueve tal serpientes entre dientes, que hieren tan solo se hace sonar, muero al escuchar su orgullo, su falsa superioridad y su inexistente diluida alegría; por eso aquí me encuentras a salvo siempre tras el cristal de una ventana, fuera del peligro, yo solo en un ambiente limpio y estéril contra cualquier mal bicho. No claro que no, yo no soy ni puedo ser como ellos, esos del otro lado del cristal. Una y tres veces prefiero observarles justo aquí en las sombras, donde nadie clave su mirada en mi, tal como jugar a ser Dios.

Y todo enmudeció, no se oyó ningún sonido más ni mormullo ni aliento y silencio, silencio solo mucho silencio.